Gladys Carmagnola, su legado poético y humano sobrevivirán

Milia Gayoso
Escritora- Periodista
Solía regalar los plantines de niño azoté que crecían bajo el suyo, en el jardín. Gladys Carmagnola llamaba una tarde cualquiera para anunciar que lo tenía preparado con tierra alrededor de sus raíces, en una bolsita, presto para crecer en otro patio, y echar flores rojas generosas. Tan generosas como ella.
“Desde un lejano 13 de abril de 1965, memorable para mí porque en bellas letras de imprenta tuve ante mis ojos el primer ejemplar de mi primer poemario impreso y noté la sonrisa de mi padre, tengo presente la tácita autorización para seguir en la tarea, y eso hago, como si hiciera falta”, decía en el prólogo de su libro “Como si hiciera falta” (Servilibro 2013), conformado por títulos que ella “sospechaba” no poder completar. Llenó el texto con las pequeñas maravillas de su devenir cotidiano como los “Poemas de entrecasa” o “Entre hormigas, jazmines y madera”, rebozante cada estrofa de su ternura y magia para escribir.
“Poetisa por la gracia de Dios. Él le ha dado para la poesía muchas de sus divinas gracias, entre ellas la sencillez en la profundidad”, dijo de ella su admirada amiga Josefina Plá. “Al fin, embajadora del viento, de la lluvia… ! He aquí una poetisa que tiene oficio y lo utiliza, que sabe escribir versos, que tiene algo propio que decir y lo dice con propia”, dijo sobre su obra Hugo Rodríguez Alcalá.
Yo recuerdo al maravilloso ser humano, capaz de hacer una última llamada para preguntar ¿Sabés que te quiero mucho, verdad?

Un manantial en la poesía paraguaya
Por Renée Ferrer. Presidente Academia de la Lengua Española (Paraguay)
Decir “Piolín” es remitirse al deleite; al deleite de seguir el camino propuesto por Gladys Carmagnola para internarnos en un mundo mágico y real a la vez; mágico por estar poblado de duendes, de gnomos y de hadas, y real porque para los niños la existencia de esas maravillas es real y palpable. He ahí el valor mayúsculo de este poemario: la autora se olvida de sí misma, abandonando el narcisismo propio de todo orfebre de la palabra para internarse con cándida complicidad, tomada de la mano de cualquier niño, o de todos los niños del mundo, en ese territorio de la fantasía donde las cosas más inverosímiles son posibles.
Además del dominio del lenguaje, la rima, el verso, la acentuación, la métrica, rota de pronto con sabia intención, como haciéndole un guiño a los doctos especialistas del discurso poético, Gladys maneja a la perfección el arte del encantamiento, del ingrediente lúdico que todo poema infantil debe tener; hace de la enseñanza natural emanada del poema una conversación amena, cariñosa, a veces pícara, brindada por un hada muy sabia, que ayuda a los pequeños, y a los grandes también, a participar de la naturaleza, de los buenos sentimientos, de la felicidad de valorar un poema creyendo que solo se está jugando.
No existe en la poesía de Gladys Carmagnola, dirigida a la infancia, ese recurso fácil del diminutivo omnipresente, o la falta de respecto al infante, como si éste no pudiera entender una imagen dejando volar la imaginación. Por el contrario, se nota en ella un meticuloso cuidado de aproximación a la infancia, sabiendo que los niños son capaces de disfrutar y comprender cuando se les propone una aventura de la cual ellos son una parte fundamental. En el mundo maravilloso de la infancia, las hadas existen, son compinches de mil travesuras, depositarias de secretos misteriosos, son las descubridoras ideales del mundo real ante la inocente ignorancia embelezada.
Como dijo José Luis Appleyard con motivo de la primera edición de este libro, a mí también “me encantaría ser de nuevo niño, para internarme, texto de Gladys en mano, por esos senderos que siempre conducen a descubrir una dimensión que es solo dable conocer en la infancia”.
Con estas palabras del amigo, y nunca olvidado, José Luis, reitero lo dicho varias veces en distintas latitudes: Para mí, la poesía de Gladys Carmagnola es como un manantial en la poesía paraguaya. Ahora que Gladys ha partido hacia la eternidad no puedo más que reiterar el respeto y la admiración por su obra, tanto para la gente menuda como para la adulta, y manifestarle ese mismo cariño que hemos compartido en vida, como poetas y amigas incondicionales.

La rosa que se dio hasta el último pétalo
Por Susy Delgado. Periodista y escritora
Tal vez porque presentía que su trajinar en la tierra ya no sería muy largo, hace algunos años, Gladys Carmagnola inició una especie de recuento de lo que había vivido, a su modo, inexcusablemente poético. Y lo hizo confirmando no solo la altura de su voz ya muy reconocida por ese entonces, sino también su calidad humana, de mujer transparente y agradecida, sin la menor reclamación a la vida.
Así hilvanó por ejemplo ese admirable conjunto titulado “Poemas de la celebración”, un admirable inventario que recorría desde los objetos y lugares cotidianos hasta esos territorios más íntimos, donde se elaboran el pensamiento y el sentimiento. “Gracias a lo vivido y lo soñado”, resumió en alguno de esos poemas que quedarán como el gesto claro de una sensibilidad que celebró la vida.
Hay que recordar también, ahora que la poeta traspasó ese umbral misterioso de la muerte, que además de este gesto de celebración, ella dio a menudo señales de inquietud sobre lo que sería caminar ese territorio desconocido y lo que pasaría con los sueños que ella amasó con todo el amor que le cabía en el pecho. Como cuando se preguntaba en aquellos versos de “Un sorbo de agua fresca”: “¿Quiénes recogerán lo que mis manos/ no han podido abarcar, de tan pequeñas?”.
Y alguna vez demostró su predisposición a llevarse esos sueños más allá de la muerte, cuando decía: “En una tarde así/ quisiera bajar a un callado sepulcro/ y acurrucada allí/ –por fin–/ soñar a gusto”.
Soñadora impenitente, dejó su Testamento en un poema que metaforizaba una hermosa rosa de hierro creada por Hugo Pistilli, cuando dijo: “Mi rosa pequeñita/ mi solitaria rosa gris, de hierro,/ debe permanecer en este hogar./ Y darse aquí hasta el último pétalo”.
Así fue, su rosa de hierro se entregó hasta el último pétalo, en una dación sin límites, pero dejó una siembra que reverdece en cada poema, reviviendo una celebración de la vida que ella hizo en cada palabra.

Su obra era sencilla clara y precisa
Feliciano Acosta Alcaraz. Presidente Sociedad de Escritores del Paraguay
En la década del 60 conocí a Gladys Carmagnola en la Universidad Católica. No sabía que ella escribía hasta que encontré en una librería su “Lazo esencial”, un pequeño libro que me impactó. Fue tanta la impresión que dije que el día en que publicara mis primeros versos, lo haría en ese tamaño y forma. Y así lo hice cuando publique años después mi primer libro “Ñe’ê ryrýi”.
La obra de Gladys era sencilla, clara y precisa, escribiendo tanto para público adulto como para el infantil en donde entrelazaba sus versos con juegos y carruseles.
Celebraba la lluvia, el sol, la luna, la amistad, la primavera… “¿Por qué no celebrar el aire que me resta, por qué no celebrar algún poema?”. Ella celebraba todo… celebraba la vida.
También gustaba reunirse con sus amigos y colegas escritores en largas tertulias, leyendo poemas o simplemente conversando. Es en estos encuentros donde su generosidad salía a relucir no dudando en regalar alguno de sus libros. Como muestra de ello atesoro en un lugar preferencial de mi biblioteca un ejemplar de “Poema de la celebración”.
Muchas fueron las horas compartidas que volaban como golondrinas al viento, en especial cuando coincidíamos siendo jurado de algún premio literario donde ella se desempeñaba con mucha solvencia profesional contagiando su alegría y su afable sonrisa.
Es que Gladys era así, contagiando siempre a su paso su optimismo musical y su alegría poética hasta que una tarde, un 9 de julio, subió a su barca para emprender la travesía rumbo a “Puerto Esperanza” para inundarlo de música y poesía.
 Fuente: La Nación 24/7/15

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